lunes, 11 de noviembre de 2013

Los Sex Pistols, Herman Hesse y el pluralismo.

Los Sex Pistols, Herman Hesse y el pluralismo.

''No hay peor facha, ni persona más cojonuda, que las que todos y cada uno llevamos dentro''. Suena hippie, pero es así.
Herman Hesse (el hippie) dijo que a cada segundo somos uno diferente.
Johnny Rotten (a quien correspondería lo de 'es así') lo comprobó. Estiró la goma todo lo que pudo, se orinó en la Reina, hizo popó sobre la moral burguesa...
Y aún así, no consiguió más que ensanchar medio milímetro aquello que llamamos pluralismo: la base de las sociedades avanzadas.
 Tampoco se puede pasar por un tiempo como este sin que las libertades, todas, se jueguen en el tapete. Lo vemos y, tristemente, lo veremos.
Porque nuestros abuelos tuvieron sus dos Españas, nuestros padres el franquismo y esta crisis es, al final, la guerra de nuestra generación.

Como de hippie espero tener poco, me voy a concentrar en los Sex Pistols. En concreto, en el excelente 'No irish, no blacks, no dogs', la autobiografía de Johnny Rotten, John Lydon, editada por Acuarela.
El libro es cojonudo (aunque de Lydon no te puedes creer nada, porque miente más que canta), pero no os aburro: la clave está en su cabreo hacia la página 354.
"Hice todo aquello, transgredí todos los límites, me cagué en todo lo cagable, y sin embargo hoy la sociedad sigue igual", viene a lamentarse Rotten. Efectivamente, La Máquina absorbió su sulfúrico vómito hasta convertirlo en, oh sorpresa, ella misma. Terminaron vendiendo sus escupitajos como si fuera coca-cola.
Y, sin embargo, dentro de las molleras, en los no tan brumosos territorios mentales, en las conciencias, no pocas fronteras del pluralismo mental se movieron. Lo que es mucho.
O matamos por que se puedan defender opiniones contrarias a la nuestra, o sencillamente nos matamos entre nosotros.
O nos damos cuenta de que vamos en el mismo barco, aunque rememos en direcciones distintas, o volvemos a nadar, solitos, a mar abierto.
O sentimos miedo por el vecino y narcisismo por nuestra diferencia menor, o sencillamente nos concentramos en el 98% que compartimos con él.
Podemos elegir entre enriquecernos o todo lo contrario. Y eso vale para la población mundial, para un equipo de waterpolo, para una familia o para un periódico.
Al final, todo se resume en admitir que no hay peor ni mejor persona que la que todos, y sobre todo cada uno, llevamos dentro. Hippie pero cierto.

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